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Me llamo Brishithe Tovar y nací en Guatemala. Mi familia y yo emigramos a California cuando tenía 9 años después de que mi madre fuera asaltada a mano armada cuando tenía 6 meses de embarazo. El trauma y el estrés fueron tan severos que mi mamá desarrolló presión arterial peligrosamente alta y ceguera temporal y mi hermano nació a través de una cesárea de emergencia. Luchó por su vida en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales (NICU) y mi mamá luchó por su vida en la Unidad de Cuidados Intensivos (ICU). Afortunadamente, tanto mi hermano como mi madre se recuperaron, pero después de esto, mi mamá decidió que era el momento de dejar Guatemala y probar nuestra suerte en EE.UU. Mi mamá luchó para traer a sus 5 hijos a California en donde tenía tres trabajos para poder pagar las cuentas, mantener un techo sobre nuestras cabezas y poner comida en la mesa.

Cuando nos establecimos en California, decidí que quería enlistarme en el Ejército. Mi mamá estaba muy en contra de esto porque formar parte del Ejército de Guatemala no es una profesión respetada. Fue difícil para ella entender mi decisión cuando comencé el adiestramiento básico en el 2009. Enlistarme en el Ejército era muy importante para mí porque quería demostrarle a mi familia lo fuerte que podía ser. Mi mamá cambió de opinión cuando me vio graduarme del adiestramiento básico y vio lo orgullosa y feliz que estaba de llevar mi uniforme.

En el 2013, cuando estaba radicada en Okinawa, Japón, conocí a mi esposo. Ambos estábamos en el Ejército y nos encantaba todo lo que Japón podía ofrecernos. Somos una pareja poderosa, ganamos competencias y premios por todos nuestros logros. Tenía una fantástica cadena de mando y recibí apoyo y orientación para crecer y desarrollarme en mi profesión. Tuvimos nuestra primera hija, Leah, en Okinawa, Japón, en marzo del 2015. Me entristeció mucho dejarla con una niñera cuando tenía solo 6 semanas de edad porque sentía que todavía tenía que fortalecer nuestra relación al lactar. Cuando regresé a trabajar, el reglamento [en ese tiempo] no ponía a mi disposición un lugar seguro para extraer leche materna, así que tenía que hacerlo en un baño de la oficina y poco después, lo hacía en un armario de suministros en donde se guardaban todas las muestras de orina de los soldados. A pesar de todos los problemas y obstáculos, pudimos seguir teniendo una excelente relación al lactar.

En el 2015, nos mudamos a Baumholder, Alemania, y poco después volví a quedar embarazada. Tuvimos problemas para encontrar una buena guardería para nuestra hija. Encontramos a una niñera certificada por el gobierno en Cuidado Infantil Familiar que le encantaba a mi hija. Pero, poco después comencé a tener problemas con la leche materna que enviaba para mi hija. El reglamento de Servicios Infantiles del Ejército sugiere que solo se puede entregar leche materna a los proveedores de cuidados en envases de 3 onzas, para reducir el desperdicio de leche. En ese tiempo, mi hija tenía casi un año y tomaba botellas de 5-6 onzas, que era lo que tenía congelado para dar a la niñera. El inspector local del Comando de Salud Pública interpretó que el reglamento establecía que solo se podían enviar envases de leche materna de 3 onzas, lo que creó un enorme problema e hizo que la niñera se rehusara a cuidar a mi hija. Al final, tuvimos que cambiarla al Centro de Desarrollo Infantil (CDC, la guardería de la instalación militar) en donde estaba con 8 infantes más. No estábamos contentos porque ella no recibía la atención que necesitaba. Nos dimos cuenta que cuando naciera nuestro hijo, íbamos a tener que trabajar solo para pagar lo que costaban los servicios de cuidado infantil que queríamos para ellos. Lloraba todos los días al dejarla en la guardería y me di cuenta de que uno de nosotros iba a tener que quedarse en casa para criar a nuestros hijos.

Era importante para mí seguir trabajando porque no había alcanzado todos mis objetivos militares. Sabía que iba a arrepentirme de salir del ejército. Mi esposo y yo decidimos que él iba a dejar el ejército para cuidar de nuestros hijos para que yo pudiera continuar con mi carrera. Fue una decisión muy difícil porque a los dos nos encanta el servicio militar, pero tuvimos que tomar la mejor decisión para nuestra familia y nuestros hijos.

Nuestro segundo hijo, Ethan, nació en mayo del 2016. En ese entonces, el Ejército había aprobado una regla que otorgaba 12 semanas de licencia por maternidad. Me puse muy triste porque mi unidad me hizo sentir culpable por querer tomar los tres meses de licencia de maternidad. A pesar de la nueva regla, se esperaba que regresara a trabajar temprano. Mi unidad me llamó varias veces y trataron de decirme que, como Suboficial, mi deber y mis soldados eran más importantes que acogerme a la licencia de maternidad completa autorizada por el Ejército para que pudiera recuperarme del parto y cuidar a mi hijo. Me mantuve firme e insistí que mis superiores cumplieran con el reglamento. No regresé a trabajar temprano y pude pasar las 12 semanas con mi hijo. Me siento muy agradecida por tener este tiempo porque pude establecer una sólida relación al lactar.

Sabía que iba a seguir dándole leche materna a mi hijo mientras mi cuerpo siguiera produciéndola. El Ejército también había establecido una política de lactancia que apoya a las soldados que están amamantando a sus hijos. Al regresar al trabajo, informé a mi cadena de mando que estaba amamantando y al principio no fue un problema. Traté de coordinar mi horario para no tener que extraer la leche materna durante horas de trabajo [a pesar de que la política del Ejército ordena a los comandantes permitir descansos para extraer leche materna al estar en servicio]. Pero cuando comencé a participar en extensos ejercicios de entrenamiento de campo, comenzaron a tener problemas con que extrajera la leche materna. No querían adaptarse al hecho de que tenía que extraer y guardar mi leche. Incluso cuando compré un pequeño refrigerador para llevar a los ejercicios, se rehusaron a permitirme usar el generador para conectarlo. Mi comandante incluso me preguntó un día que “por qué no dejas de pasar tantos problemas y le das a tu hijo fórmula porque no tiene nada de malo hacerlo” mientras cargaba con dificultad una nevera llena de hielo y una mochila con mi extractor de leche además de todo mi equipo militar. Con calma le dije que como soldado siempre pienso en mi misión, pero que también soy madre lo que es tan importante como mis responsabilidades de soldado.

Mi hijo necesita mi leche y seguiré haciendo lo que tenga que hacer para asegurar que pueda hacer las dos cosas. Sé que soy una soldado fuerte y que nunca voy a dar marcha atrás en algo que sé que es correcto—para mi familia y para los soldados que están bajo mi responsabilidad. He tenido soldados de menor rango que están lactando y he podido asesorarlas y apoyarlas mientras luchan por su derecho de extraer la leche materna o amamantar. Para mí, es igual de importante ser un poderosa Suboficial y Soldado que ser una poderosa madre. Es triste que tengamos que luchar y pelear por algo que está claramente escrito, pero sé que cada vez que me defiendo o defiendo a mis soldados, estoy haciendo que el camino sea más fácil para las futuras soldados.

 


Las opiniones expresadas en estos blogs no son necesariamente representativas de las posturas en las políticas de MamásConPoder ni en campañas activas.